La historia de Brasil comienza con la llegada de los primeros nativos americanos al territorio actual del país, hace más de ocho mil años. A principios del siglo XVI, cuando el explorador portugués, Pedro Álvares Cabral, llegó a la costa brasileña, las tierras de esa zona estaban habitadas por tribus seminómadas que subsistían a base de la pesca, la caza, la recolección y la agricultura.
El primer asentamiento portugués de carácter permanente fue São Vicente, una ciudad costera al sur del Trópico de Capricornio que se fundó en el año 1532. Durante los siglos XVI y XVIII, Brasil fue una colonia de Portugal, explotada, principalmente, por la madera brasileña, en los inicios; y, más tarde, por la caña de azúcar. Durante esta época, llegaron al territorio un gran número de esclavos africanos y, se exterminaron, desterraron, o, asimilaron a la mayoría de los nativos. El 7 de septiembre de 1822, el país declaró su independencia de Portugal y se convirtió en la monarquía constitucional del Imperio de Brasil. Sin embargo, en 1889, un golpe militar estableció un gobierno republicano. Desde entonces, el país ha sido, mayoritariamente, una república democrática, excepto durante los tres periodos en los que fue una dictadura (1930-1934; 1937-1945; y, 1964-1985).
Durante la mayor parte de su historia, desde su independencia, las oligarquías agrarias han dominado la política del país a todos los niveles del gobierno. La influencia de estas oligarquías se redujo, pero no se abolió, tras la revolución de 1930, cuando el Estado comenzó a reafirmarse como un poder independiente, obteniendo apoyo del sector industrial emergente y, a través del control de los sindicatos de trabajadores de la industria. Sin embargo, a pesar de todos los regímenes y los cambios políticos, la misma élite, relativamente pequeña y fundada en los mismos principios conservadores, ha continuado dominando la política brasileña, provocando que el país tenga una de las distribuciones de renta más desiguales entre los países occidentales.
Gracias a los inmensos recursos naturales, y a la mano de obra barata, Brasil es, a día de hoy, la primera potencia económica de Sudamérica, la novena economía del mundo, y, el quinto país más poblado. Las políticas de Fernando Henrique Cardoso (1995-2002), dirigidas a contener la inflación, provocaron un descenso en la capacidad industrial y un aumento de la deuda pública (más del 55% del PIB anual). Las consecuencias de la crisis económica en Asia supusieron una devaluación de la moneda en 1999, justo después de recibir un rescate de 41 500 mil millones de dólares del Fondo Monetario Internacional (FMI). El crecimiento del PIB real se mantuvo en niveles cercanos al estancamiento (un 2% anual, para un crecimiento demográfico del 1,5%). El gobierno posterior de Cardoso tuvo que volver a enfrentarse al aumento de la inflación de los consumidores y de los tipos de interés. Además, los impuestos aumentaron de forma histórica, hasta un 40% del PIB.
Estos problemas socioeconómicos contribuyeron, en 2003, a la elección del líder sindical Luiz Inácio Lula da Silva, primer presidente de izquierdas de Brasil, bajo la promesa de que encaminaría al país hacia el desarrollo económico, mientras también se adhería a una política económica ortodoxa que, sobre todo, evitaba el impago de la deuda externa o pública. Lula logró, en cierto modo, forjar una política exterior brasileña asertiva mientras que luchaba contra los problemas de la desigualdad, la deuda pública, los impuestos, relativamente altos; y, la atracción de inversores extranjeros en el país. Tras un año y medio en el gobierno, a pesar de que la cuenta corriente, las reservas de divisas y la balanza comercial de Brasil mejoraron con creces, el crecimiento económico aún no ha despegado del todo.